Los inquietantes personajes de Juan Muñoz parecen escapados de un escenario teatral. Surgen en el espacio expositivo como si estuvieran desplazados, manteniendo con el espectador la distancia del actor que representa una pieza teatral.
Con su estatura ligeramente inferior a la del ser humano, parecen pillados en medio de una acción suspendida en el tiempo, como esos humanos petrificados descubiertos en asentamientos arqueológicos de Pompeya o Herculano.
De hecho, su color evoca también las cenizas del volcán que sorprendió a los habitantes de aquellas dos ciudades romanas enmarcándolos para la eternidad.