Carlos Garaicoa explora la interconexión de arquitectura y propaganda en Cuba, un país en el que las ruinas de un viejo orden capitalista se ven metafóricamente aumentadas por el futuro mejor que prometen las omnipresentes campañas gubernamentales de adoctrinamiento. Enfrentándose a los límites de la utopía, el artista reflexiona también de manera más general sobre la ciudad —su deterioro y su evolución constante—.
En su práctica, la referencia a la arquitectura ocupa un papel central e influye considerablemente tanto en su proceso de reflexión como en la resolución formal de sus obras. Dibujos, planos, maquetas o mantas de corte forman parte esencial del vocabulario formal de Garaicoa, que también trabaja in situ y altera fotografías con tinta, lápiz o hilo de algodón y agujas. Este tipo de imágenes están presentes en su serie de cajas de luz, representando unas construcciones fantasmas en las que destacan unos eslóganes personales de Garaicoa alusivos a la situación de la cultura en su país de origen. Las cajas de luz se acompañan de una colección de mantas de corte dispuestas sobre las mesas, con varios experimentos arquitectónicos y planos en dos y tres dimensiones.