1939 fue un año de mucho trabajo para Calder y trabajó en proyectos de muy diversa índole. Estás ante dos de las cinco maquetas que Calder creó a petición de la firma de arquitectos Wallace K. Harrison, a la que habían encargado un proyecto que diera un nuevo hábitat africano al zoo del Bronx en Nueva York.
El proyecto fue liderado por el joven arquitecto Oscar Nitzchke que pidió colaboración a Calder para que creara una serie de esculturas, una especie de flora imaginaria que se convertiría en el escenario de la fauna real. Según sus propias palabras:
«Llegamos incluso a plantearnos dar al visitante la posibilidad de atravesar el espacio por el interior de un tubo blindado. Yo sentía que mis objetos podían sustituir a los árboles. Además, al ser de hierro, serían inmunes a las zarpas de los animales».
Las ideas del arquitecto se desestimaron por parte del zoo y con ellas las esculturas de Calder, así que nunca sabremos cuál habría sido la reacción de los animales que eran los verdaderos protagonistas. Pero si se hubieran realizado, ¿te los imaginas?, ¿cómo habrían reaccionado?, ¿tienen los animales sensibilidad estética?
Mientras reflexionas, avanza un poco hacia las vitrinas que tienes a ambos lados de la sala y seguimos con la historia.
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