Láminas retratos Daniel Vázquez Díaz
Mujer de rojo, 1931.
Temple sobre lienzo. 106 x 89 cm
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UNA MUJER MODERNA
En principio no existe dato alguno que nos ayude a ponerle un nombre a la retratada en este cuadro, esplendente, Mujer de rojo, pintado en 1931 por Daniel Vázquez Díaz, y referenciado en alguna ocasión como La muchacha del vestido rojo. Cuadro que en su día fue propiedad del editor, galerista y político Agustín Rodríguez Sahagún.
La Mujer de rojo sigue siendo un misterio, un enigma. Probablemente no sea un retrato. No lo son ni la Parisina del sombrero de flores ni la Danzarina (ambas de 1906). Ni las rutilantes Aves nocturnas (1907) pisando fuerte por los Grands Boulevards, cerca de un hombre sándwich anunciando un espectáculo del Moulin Rouge; La négresse (1911); o la Dama en gris (1923), de espaldas, y reflejada en un espejo.
Hay que recordar lo que le decía el pintor, en 1962, a Manuel Sánchez Camargo, que bajo su alias «Pedro del Castillo» lo recogió en el diario pamplonés Arriba España: «Cuántas veces vemos en la calle o en el tranvía una cabeza que nos hace decir: ¡qué buen retrato tiene este hombre! O qué bello retrato el de aquella mujer que no conocemos y que nos impresionan su color, sus ojos, su estilo».
La Mujer de rojo coloca al espectador ante la quintaesencia de la mujer moderna de los happy twenties, casi una heroína de Paul Morand, con su traje bermejo, su lazo, su sombrero cloche o campana que cubre parte de su frente y recoge su pelo à la garçonne, el cuaderno en el que escribe, el sillón ovalado en que está sentada, el interior geométrico que enmarca la escena…
El cuadro ha de ser ubicado entre los más modernos de su autor, pues tanto por su composición de fuerte base geométrica como por su cromatismo (similar al que reencontraremos en un cuadro encendido de 1951 como Don Francisco en el sillón rojo, en el que también son del mismo color la bata que lleva el abogado Francisco Enríquez y el libro que tiene en la mano izquierda) pertenece a la zona de su obra en que más se advierte la benéfica influencia del orfismo de Robert Delaunay.
Si miramos la obra del de Nerva en la perspectiva de la representación de la mujer, el resultado, además de cuadros enigmáticos como los que he enumerado casi al comienzo de estas líneas, arroja realizaciones muy diversas. Muchas revelan el entronque con una veta simbolista y noventayochista. Otras son bañistas rotundamente cezannianas. Todo esto nada tiene que ver con nuestra Mujer de rojo, y mucho con Sorolla, Zuloaga o Romero de Torres. Misterioso retrato el de Gloria Laguna, aristócrata y escritora, prima de Hoyos y Vinent, y como este siempre rodeada de escándalo. Frente a eso, está luego la sofisticación de las efigies de actrices como Sarah Bernhardt o Réjane, o de la mezzosoprano de la ópera Lucy Arbell. Más tarde retratará a la bailarina rusa Anna Pavlova, la clavecinista polaca Wanda Landowska o la recitadora ucraniano-argentina Berta Singerman… Entrañables los retratos, escalonados a lo largo de toda una vida, de su esposa, la escultora danesa Eva Aggerholm, a la que había conocido en el París de 1908, con la que se casó tres años más tarde en Copenhague, y con la que, con catálogo prologado por Juan Ramón Jiménez, expuso en 1921 en el Museo de Arte Moderno, circunstancia en la que fueron objeto de un banquete organizado por Ultra. No olvidemos tampoco a una enigmática compatriota de Eva, la protagonista de un precioso cuadro de 1919, Anna Lisa o joven danesa con pecera.
En aguas ultraístas, los Vázquez Díaz trataron tanto a Robert como a Sonia Delaunay, rusa y nacida Terk, la «Sofinka Modernuska» de Cansinos en El Movimiento VP. Los habían conocido en Fuenterrabía, durante el fatídico verano de 1914. Algo de personajes vestidos por Sonia tienen tanto la joven danesa, con su camisa a rayas rojas, azules y verdes como nuestra Mujer de rojo. El matrimonio también frecuentó a dos mujeres polacas, Wanda Pankiewicz, artista textil y mujer del pintor Józef Pankiewicz (los Pankiewicz fueron vecinos y amigos, en Madrid, de los Delaunay, y el ejemplo de ellos fue decisivo para la evolución del polaco), y Lucia Auerbach, casada con Wladyslaw Jahl, uno de los principales colaboradores gráficos de Ultra, al que ella ayudaba en el taller de «arte decorativo ultraísta» que tuvieron en la calle Goya. Lucia Auerbach mereció ser incluida por Juan Ramón Jiménez entre los Españoles de tres mundos; tendría un destino trágico, ya que pereció en Auschwitz. Entre el resto de las mujeres del ultraísmo, brilla Norah Borges, con la que Vázquez Díaz coincidió en las páginas de Hélices (1923), el primer y único poemario de Guillermo de Torre, futuro marido de la pintora; la pianista y compositora uruguaya Carmen Barradas, hermana del pintor; y Lucía Sánchez Saornil, que firmaba sus versos como «Luciano de San Saor».
Otra mujer moderna más de aquel Madrid fue la alemana Charlotte E. Pauly, que reviviría a menudo, en la memoria, su experiencia de alumna del de Nerva, de autora de algunas pinturas inspiradas en los gitanos de Guadix y sus cuevas, y de visitante del Marruecos entonces español y de un Portugal cuyo camino probablemente aprendiera de su maestro. Pintora y también escritora, en la posguerra viviría en la RDA, e ilustraría una edición alemana de las poesías de Federico García Lorca.
También fue discípula de Vázquez Díaz una pintora sobre la que, enseguida entenderán por qué, me detendré un poco más, la madrileña Marisa Roësset, a cuyo «flequillo muchachil» alude Manuel Abril en la reseña para Revista de las Españas de su muestra conjunta con Gisela von Ephrussi, celebrada en 1929 en el Museo de Arte Moderno. Ella misma, en 1924, se había autorretratado con pelo «à la garçonne» y lazo, en un cuadro que pertenece al Reina Sofía. Mismo peinado, el mismo año, en otro autorretrato ante el tocador, con un traje amplio, no sabemos de qué color, pues lo conocemos por una reproducción de época, en tonos sepia. En 1927, en el más audaz y vanguardista de sus muchos cuadros de ese género, pintado desde una perspectiva subjetiva, es decir, tumbada, y alzando la mirada hacia el cielo, lleva, ojo, un traje intensamente rojo. Dos años más tarde, se autorrepresenta como mexicana, en un cuadro que está en Barcelona, en el MNAC. En otro autorretrato más, expuesto en la muestra de 1929, lleva de nuevo un lazo al cuello. Una vez hecho el recuento de las principales féminas del entorno del pintor por aquellos años, he llegado a la conclusión de que ella es la que tiene más posibilidades de ser la Mujer de rojo. De momento no es una certeza, solo una intuición, o solo una fantasía creo que con ciertos visos de verosimilitud. Continuará.
Juan Manuel Bonet, escritor, crítico de arte y experto en Vázquez Díaz.