Láminas retratos Francisco Gutiérrez Cossío
Retrato de mi madre, 1942.
Óleo sobre lienzo, 105,5 x 79,5 cm
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Este retrato de la madre es, en mi opinión, el más logrado de los retratos hechos por Cossío. Es sin duda el más hondo en percepción y el que más sentimiento transmite. En él se muestra el poder creativo muy singular de la característica manera madura del pintor. Los recursos técnicos movilizados, en este caso con gran economía, bastan para alcanzar un resultado de gran riqueza y vitalidad. Los medios de los que el pintor se ha servido en su obra son precisos y sobrios y, sin embargo, poseen una expresiva capacidad para poner en escena un juego vivo entre extremos contrastantes: lo masivo y lo levísimo, lo inerte y lo vibrante o la luz en unas partículas inquietas sobre el continuo pasivo de la penumbra ambiental. La oscuridad indefinida de este cuadro se apoya en las zonas monótonas y uniformes del rojo oscuro del sillón y el negro del vestido de la retratada. Sobre esta sencilla estructura destaca el temblor delicado del rostro y las manos con sus matizados rosados y anaranjados en variable transparencia.
La luz está tratada en esa forma que es peculiar y frecuente en la producción del pintor en esos años: una invasión de corpúsculos flotantes cubren la escena. En esta obra parecen descender desde lo alto y ser absorbidos en el negro ininterrumpido de la base inferior. El estrato aéreo de la lluvia de luz insinúa, tanto en este cuadro como en otros con similar recurso, una cortina penetrable y un aire envolvente exterior al cuadro que involucra al espectador.
El rostro de la madre está bien dibujado, prendido en unos hilos perimetrales que lo conforman y unas pocas líneas que modelan y sutilmente definen los elementos expresivos de la cara: los ojos y sus cuencas, los labios, la nariz, las mejillas. Finísimas incisiones bastan para dar relieve y delimitar en cierre algo borroso los volúmenes en suave modelado de la cabeza y las manos. Tampoco se cierra el contorno del fino pelo todo blanco que se muestra ahuecado en su evidente levedad.
Las sutilezas expresivas en las pequeñas luces y en el rostro y las manos se calman en el sereno anclaje del sillón rojo y la mesa con los libros encima. El libro sobre el regazo, caído de las manos, es un eco de lectura y tiempo a ella dedicado. Las manos se entrelazan y cierran con los brazos que se esconden en las negras mangas insinuando el marco de una curva mayor, un collar en forma de catenaria que circunda y aureola a distancia el rostro de la madre en el centro alto del cuadro. Es frecuente encontrar en otras obras de Cossío estas grandes curvas tensas impulsoras o contenedoras de energía. En ocasiones, estas formas pertenecen a figuras identificables como barcas, peces o frutas. El juego de ciertos efectos contrastantes que vemos aquí en este retrato aparece también en las naturalezas muertas de nuestro pintor, donde se contraponen ciertas configuraciones sencillas, como el óvalo de una mesa, a la animación de unos elementos concretos, como porcelanas, copas de cristal y frutos, expresados en la fluctuación propia de las transparencias y los reflejos.
Cossío ha representado en el retrato de su madre una mirada atenta a un fondo indefinido. Esa mirada se enciende en los brillos muy intensos de los ojos. Tales brillos hacen familia con el universo de la luz activada en las omnipresentes partículas flotantes. Parece que aquellos dos intensos puntos de luz sean el origen que sostiene y alimenta la lluvia luminosa de todo el cuadro, y entonces podemos decir que ese polvo luminoso es también expresión elocuente de una existencia que la escena guarda. El rostro reina en ella, en ese lugar que condensa el tiempo ya aquietado de una vida.
Juan Navarro Baldeweg, arquitecto, pintor, escritor y gran admirador de Francisco Gutierrez Cossio.